Victor Alba, el primer anticomunista de México
Victor Alba, trotskista catalán reconvertido en profesional del anticomunismo, vivió en México entre 1947 y 1957. En el segundo volumen de sus memorias, Sísifo y su tiempo, este personaje del exilio español describe con total sinceridad su engarce con el entorno empresarial y político del presidente Miguel Alemán (1946-1952), conocido como el fundador, y accionista minoritario, de grandes monopolios empresariales, en especial Televisa, reina perpetua de México. Un presidente dócil a EEUU que hizo de la corrupción masiva ley no escrita, tal y como cuenta toda biografía básica de su sexenio:
El presidente generó una cascada de riqueza que se derramaba desde la silla presidencial y alcanzaba todas las estructuras del gobierno, amigos, conocidos y grupos cercanos al régimen “La mordida” creció rápidamente a la sociedad, fue una época de ostentación, años en que los funcionarios del gobierno mezclaban sin pudor alguno sus negocios particulares, con los negocios públicos, el propio Alemán se beneficio del éxito que alcanzaron muy pronto el desarrollo turístico de Acapulco y el surgimiento de la Televisión Mexicana.
Gracias a esta pieza biográfica, tenemos una curiosa pincelada sobre las liaisons dangereuses entre un sector del exilio español -catalanes de raíz trotskista pero también republicanos "moderados" y otros transterrados de variado pelaje- con la emergente burguesía nacional que en el sexenio del presidente Alemán (1946-1952) se enfeudó en el Partido Revolucionario Institucional mientras tomaba el control económico del país para convertirse en la actual oligarquía mexicana, tras el desmantelamiento del llamado estado autoritario, entre 1982 y 2006.
El presidente Alemán, inaugurando la ciudad universitaria de la UNAM
Antes que Octavio Paz definiera en su revista de cabecera, Vuelta, que el camino a la modernidad pasaba por Estados Unidos y definiera el rumbo de la eterna transición mexicana -desmontar el el ogro filantrópico o el aparato estatal que confiscó la revolución mexicana y ahogó la democracia política y empresarial- hubo personajes que tuvieron la misma certera visión y desarrollaron la corriente social-liberal que hoy es moneda corriente en México y en el mundo. El dudoso honor de haber definido el terreno de juego, o la lucha por la hegemonía cultural, recae sobretodo en un periodista y ensayista catalán que bajo el nombre de Victor Alba fue consumado agitador e inteligente analista, siempre al servicio de una causa mayor: el anticomunismo.
Claro que Victor Alba no se entiende sin su primer mentor, Julián Gómez García-Ribera, alias Julián Gorkin (1901-1987), militante comunista expulsado del PCE en 1929 quien luego formó parte de un pequeño partido de oposición marxista, el llamado POUM, que intervino en los hechos de mayo de 1937 y terminó recalando en México donde fundó varias editoriales con otro joven poumista, Bartomeu Costa-Amic, íntimo amigo de Victor Alba, conspicuo miembro de esta pequeña camarilla, cuyo cuarto integrante fue Víctor Serge quien junto a su hijo, el pintor Vlady Kibálchich, mantuvo el fuego sagrado del trotskismo en México.
Este pequeño grupo de catalanes, y anexos, codificaron, antes que nadie, el conglomerado anticomunista que la mafia cultural mexicana - los mandarines que desde 1960 tomaron el control de la cultura mexicana, desde Octavio Paz a Fernando Benítez, pasando por Carlos Monsivais o José Luís Cuevas- hizo suya partir del mandato del presidente Carlos Salinas de Gortari (1988-1994). Hablamos de una hermandad formada en el martirologio y el victimismo que jugó toda la vida a imaginarse como solitarios caballeros contra el peor de los dragones, el stalinismo de las mil caras y las mil mutaciones. Su trabajo ha generado, a día de hoy, una versión alterada de la guerra civil que rige como dogma tanto en los medios intelectuales de la derecha neoliberal -Nexos o Letras Libres- como en cenáculos alternativos, próximos al zapatismo.
Los textos de Burnett Bolloten y Víctor Alba, traductor de Georges Orwell en su periplo barcelonés, así como las obras de Julián Gorkin, editadas también por Bartomeu Costa-Amic fueron claves para construir
Este es un aporte esencial de Víctor Alba en el complejo aparato intelectual de la CIA que bajo el nombre de Congreso por la Libertad de la Cultura nació en Berlín Occidental en 1950 "para consolidar un frente ideológico favorable a los intereses norteamericanos". Una historia de éxito arrollador que concluye con la demolición del muro de Berlín en 1989 pero que ganó mucho antes la batalla de los corazones y las mentes: el cambio cultural que generaron varias núcleos académicos -de la Escuela de Frankfurt a Hannah Arendt- y la propia revolución sociológica que tras su cúspide nihilista en 1968 destruyó de cuajo la hegemonía cultural que la revolución soviética y la victoria de la URSS en la II Guerra Mundial dieron al socialismo en todo el mundo. John Holloway, intelectual de cabecera del zapatismo, resume esta tendencia utópico-alternativa nacida de la guerra fría en un título que dice todo: Cambiar el mundo sin tomar el poder, o la mejor herencia del Congreso por la Libertad de la Cultura.
Victor Alba, cortesano del PRI
Este es el mundo que vivió Victor Alba y sus memorias en tres volúmenes son una buena referencia para entender la cruzada anticomunista de 1937 hasta la actualidad. Pero existe otra parte igualmente interesante de esta caballería catalana en su periplo mexicano. Es decir, los apoyos y las complicidades que la pequeña clique de trotskistas consiguió al más alto nivel. El tipo de cosas que nadie cuenta en México. Y eso es lo bueno de Victor Alba. A diferencia de tantos exiliados que aprendieron las reglas de la omertá, el compromiso y la sociabilidad de las élites (motivo por el cual nunca hablaron de sus componendas con el régimen priista), Pere Pages i Elias sólo residió en México unos pocos años. Por ello, y ya en su vejez, iniciando por ende un nuevo siglo, contó, con brutal honestidad y cierta frivolidad, aspectos relevantes de estas relaciones entre el mundo del exilio y el mundo del poder mexica que casi nunca se dicen de forma tan descarnada.
El Excélsior de Victor Alba
El joven poumista nos recuerda que a su llegada, en 1947, su amigo Costa-Amic lo enchufó en la Secretaría de Finanzas para redactar una revistilla oficial y en un semanario sionista que entonces apostaba por los atentados terroristas contra el dominio británico de Palestina. Buenos conectes, para empezar. En pocos meses conoce a su tocayo, Pepe Pagés Llergo, futuro director de la revista Siempre, cuyo patrocinador fue, a decir de Victor Alba, el presidente en turno Miguel Alemán. Colaboraciones variadas y prolíficas que no alcanzaban para una vida decorosa hasta que el recién llegado "se acordó" que el eterno presidente de la república española en el exilio, Diego Martínez Barrios, le dio una carta de recomendación para el Procurador General de la República, Francisco González de la Vega, quien decide promocionarlo al buque insignia del periodismo mexicano, el periódico Excélsior, decano de la prensa nacional que siendo derechista y anticardenista de toda la vida andaba en muy buenos términos con el gobierno "modernizador" y empresarial de Miguel Alemán.
Cayéndole en gracia a Rodrigo de Llano, director de Excélsior, y bajo el apodo de Bertillón Jr, Alba pasó a encargarse de la fuente judicial donde llegó a conocer perfectamente bien los expedientes y las realidades de la penitenciaria por excelencia, la prisión de Bucarelli, y pudo ajustar cuentas con Jacques Mornard-Ramon Mercader denunciando en Excélsior el nombre y el pasado del asesino de Trotsky. Pero lo importante es que el medio ambiente del principal rotativo de México combinó perfectamente con su peculiar fanatismo.
Tal y como expone en sus memorias, la culpa que los comunistas se convirtieran en "censores y controladores de la vida cultural y sindical" se debe enteramente al general Lázaro Cárdenas que no sólo destruyó la vida parlamentaria inventando el temible autoritarismo sino que entregó la hegemonía socio-cultural a los amigos de Moscú. Mostrando una perfecta alineación de intereses materiales y causas espirituales, Alba defiende la obra del presidente Alemán "porqué trataba de deshacer ciertas cosas de Cárdenas".
Pese a describir con rasgos galdosianos, las cloacas del periodismo mexicano, donde abundaban los burócratas aviadores y las mordidas son el verdadero sueldo de los redactores, motivo por el cual no hay un solo "periodista pobre", Victor Alba intenta excluirse de este mundo de favores y deberes mutuos. Excepto cuando un artículo suyo hizo enojar al procurador del Distrito Federal. Amenazado por el 33 -artículo constitucional que permite la expulsión automática de cualquier extranjero indeseable- el catalán recurrió al propio director del periódico para conseguir una entrevista con el presidente de México Miguel Alemán Valdés, quien le dio "un número privado de teléfono para que avisara si lo molestaban de nuevo".
En su ascendente carrera, el amigo Serge le legó su puesto de corresponsal de la revista New Leader de Nueva York, pequeña pero influyente revista de la intelectualidad anticomunista de la costa este que como bien señala el propio Alba, "le abrió muchas puertas" en esta comunidad de inteligencia y cultura que monitoreaba "las actividades soviéticas y comunistas en todas partes". Pero nuestro transterrado se sentía tan mexicano que en un arranque confesional, demuestra que para él las mordidas son cuestión de amistad. Su inclusión en el círculo rojo presidencial, o los profesionales de la información que en cada sexenio reciben favores y honores desde la residencia oficial de Los Pinos, queda demostrada por esta memorable frase que resume su proximidad con Miguel Alemán y su camarilla de nuevos ricos:
S es Sísifo, y Sísifo es Victor Alba. A confesión de parte, relevo de prueba, dice un refrán mexicano que seguro conoció bien. Para rematar la confesional, sus simpatías por el presidente Alemán era tan reales como los presentes que aceptó de las arcas presidenciales: "El país se recuperaba de la aplanadora de Cárdenas" y aunque "los amigos de Alemán se hicieron ricos", ellos si "invertían y crearon industrias", entre las cuales, y no es broma, "los vinos y el aceite". Cancelando derechos laborales, abriendo la explotación del petróleo a la iniciativa privada y repartiendo el mercado interior entre influyentes y coludidos, nació la constructora ICA, el productor de cables CONDUMEX, el pegamento RESISTOL o Telesistema Mexicano, más conocido como Televisa, de la cual su hijo, Miguel Alemán Velasco, fue accionista y presidente. Un caso de corrupción demasiado obvio, incluso para la la laxa moral de aquellos tiempos.
Pero las redes que tejió Victor Alba en México van más allá de los negocios periodísticos, ya que su merecida influencia en Excélsior le permitió armar el primer proyecto cultural que rompió "el monopolio" de los comunistas "en las artes y las letras". Se llamó Galerías Excelsior y convirtió la planta baja del periódico en una librería-cafe de "arte y conferencias", con vistas a la siempre elegante avenida Reforma. Los artistas que en poco tiempo iban a destronar a la aborrecible troika de los muralistas comunistoides -Siqueiros, Rivera y Orozco- tuvieron allí un primer espacio de culto donde la prédica del arte por el arte y el fin de las ideologías se concretó en el recambio pictórico: Rufino Tamayo, Leonora Carrington o Remedios Varo tuvieron allí primeriza difusión. No falto en el local ni el cáustico dandy de las derechas, Salvador Novo, ni el poeta Carlos Pellicer o el contemporáneo Xavier Villaurrutia. En sus coquetas mesas platicaban Carlos Fuentes, por entonces un chico de buena cuna, y el incipiente ideólogo del nuevo orden, Octavio Paz, por el cual Alba profesaba total reverencia. Cuando en 1957 dejó el país, "México ya no podía darnos más y nosotros no podíamos dar más a México".
México en los sesenta; un breve interludio
En su última y provisional estancia en México, a mediados de la década de 1960, Victor Alba se sintió mal. Enojado que la mayoría de sus amigos y todos sus conocidos -desde Carlos Fuentes a Ramon Xirau pasando por Paco Girau o Max Aub- hubieran caído en las seductoras garras del castrismo. Y extrañando la presencia de un idolatrado Octavio Paz, que se encontraba en Nueva Delhi al cargo de la embajada mexicana y no pudo poner orden en el disoluto rebaño. Aunque la futura mafia cultural que Victor Alba promocionó en Galerias Excelsior hubiera triunfado en su cruzada contra la cultura cardenista-comunista, el contagio guevarista de los hijos del desarrollo estabilizador enojaba a un hombre comprometido hasta los tuétanos en evitar el contagio de la revolución cubana por América Latina.
Claro que Victor Alba no se entiende sin su primer mentor, Julián Gómez García-Ribera, alias Julián Gorkin (1901-1987), militante comunista expulsado del PCE en 1929 quien luego formó parte de un pequeño partido de oposición marxista, el llamado POUM, que intervino en los hechos de mayo de 1937 y terminó recalando en México donde fundó varias editoriales con otro joven poumista, Bartomeu Costa-Amic, íntimo amigo de Victor Alba, conspicuo miembro de esta pequeña camarilla, cuyo cuarto integrante fue Víctor Serge quien junto a su hijo, el pintor Vlady Kibálchich, mantuvo el fuego sagrado del trotskismo en México.
Este pequeño grupo de catalanes, y anexos, codificaron, antes que nadie, el conglomerado anticomunista que la mafia cultural mexicana - los mandarines que desde 1960 tomaron el control de la cultura mexicana, desde Octavio Paz a Fernando Benítez, pasando por Carlos Monsivais o José Luís Cuevas- hizo suya partir del mandato del presidente Carlos Salinas de Gortari (1988-1994). Hablamos de una hermandad formada en el martirologio y el victimismo que jugó toda la vida a imaginarse como solitarios caballeros contra el peor de los dragones, el stalinismo de las mil caras y las mil mutaciones. Su trabajo ha generado, a día de hoy, una versión alterada de la guerra civil que rige como dogma tanto en los medios intelectuales de la derecha neoliberal -Nexos o Letras Libres- como en cenáculos alternativos, próximos al zapatismo.
Los textos de Burnett Bolloten y Víctor Alba, traductor de Georges Orwell en su periplo barcelonés, así como las obras de Julián Gorkin, editadas también por Bartomeu Costa-Amic fueron claves para construir
Una escuela propia de interpretación de la Guerra Civil y de la izquierda española de acuerdo con los intereses de la CIA. Se trataba de dar una versión maniquea extremadamente anticomunista del conflicto que situara a los “verdaderos revolucionarios” como víctimas traicionadas por Stalin y por los comunistas españoles aliados de la burguesía española, simplificando al máximo la complejidad de las luchas en la retaguardia republicana y el hecho de que hubieran víctimas y represiones en las que participaron todos los grupos políticos y sindicales.
El papel de la sublevación fascista en estas obras se presentaba como algo anecdótico y más que secundario. Pero lograron crear en ciertos ambientes académicos y grupos izquierdistas el efecto perseguido, que se tradujo en una inmediata repercusión mediática anticomunista: documentales televisivos, artículos de prensa, libros, etc., que mostraba una historia oficial de la guerra completamente favorable a los orwellianos y muy desfavorable para los comunistas y el Gobierno de la República.
Este es un aporte esencial de Víctor Alba en el complejo aparato intelectual de la CIA que bajo el nombre de Congreso por la Libertad de la Cultura nació en Berlín Occidental en 1950 "para consolidar un frente ideológico favorable a los intereses norteamericanos". Una historia de éxito arrollador que concluye con la demolición del muro de Berlín en 1989 pero que ganó mucho antes la batalla de los corazones y las mentes: el cambio cultural que generaron varias núcleos académicos -de la Escuela de Frankfurt a Hannah Arendt- y la propia revolución sociológica que tras su cúspide nihilista en 1968 destruyó de cuajo la hegemonía cultural que la revolución soviética y la victoria de la URSS en la II Guerra Mundial dieron al socialismo en todo el mundo. John Holloway, intelectual de cabecera del zapatismo, resume esta tendencia utópico-alternativa nacida de la guerra fría en un título que dice todo: Cambiar el mundo sin tomar el poder, o la mejor herencia del Congreso por la Libertad de la Cultura.
Victor Alba, cortesano del PRI
Este es el mundo que vivió Victor Alba y sus memorias en tres volúmenes son una buena referencia para entender la cruzada anticomunista de 1937 hasta la actualidad. Pero existe otra parte igualmente interesante de esta caballería catalana en su periplo mexicano. Es decir, los apoyos y las complicidades que la pequeña clique de trotskistas consiguió al más alto nivel. El tipo de cosas que nadie cuenta en México. Y eso es lo bueno de Victor Alba. A diferencia de tantos exiliados que aprendieron las reglas de la omertá, el compromiso y la sociabilidad de las élites (motivo por el cual nunca hablaron de sus componendas con el régimen priista), Pere Pages i Elias sólo residió en México unos pocos años. Por ello, y ya en su vejez, iniciando por ende un nuevo siglo, contó, con brutal honestidad y cierta frivolidad, aspectos relevantes de estas relaciones entre el mundo del exilio y el mundo del poder mexica que casi nunca se dicen de forma tan descarnada.
El Excélsior de Victor Alba
El joven poumista nos recuerda que a su llegada, en 1947, su amigo Costa-Amic lo enchufó en la Secretaría de Finanzas para redactar una revistilla oficial y en un semanario sionista que entonces apostaba por los atentados terroristas contra el dominio británico de Palestina. Buenos conectes, para empezar. En pocos meses conoce a su tocayo, Pepe Pagés Llergo, futuro director de la revista Siempre, cuyo patrocinador fue, a decir de Victor Alba, el presidente en turno Miguel Alemán. Colaboraciones variadas y prolíficas que no alcanzaban para una vida decorosa hasta que el recién llegado "se acordó" que el eterno presidente de la república española en el exilio, Diego Martínez Barrios, le dio una carta de recomendación para el Procurador General de la República, Francisco González de la Vega, quien decide promocionarlo al buque insignia del periodismo mexicano, el periódico Excélsior, decano de la prensa nacional que siendo derechista y anticardenista de toda la vida andaba en muy buenos términos con el gobierno "modernizador" y empresarial de Miguel Alemán.
Cayéndole en gracia a Rodrigo de Llano, director de Excélsior, y bajo el apodo de Bertillón Jr, Alba pasó a encargarse de la fuente judicial donde llegó a conocer perfectamente bien los expedientes y las realidades de la penitenciaria por excelencia, la prisión de Bucarelli, y pudo ajustar cuentas con Jacques Mornard-Ramon Mercader denunciando en Excélsior el nombre y el pasado del asesino de Trotsky. Pero lo importante es que el medio ambiente del principal rotativo de México combinó perfectamente con su peculiar fanatismo.
Tal y como expone en sus memorias, la culpa que los comunistas se convirtieran en "censores y controladores de la vida cultural y sindical" se debe enteramente al general Lázaro Cárdenas que no sólo destruyó la vida parlamentaria inventando el temible autoritarismo sino que entregó la hegemonía socio-cultural a los amigos de Moscú. Mostrando una perfecta alineación de intereses materiales y causas espirituales, Alba defiende la obra del presidente Alemán "porqué trataba de deshacer ciertas cosas de Cárdenas".
Lázaro Cárdenas, ¿un peligro para México?
Pese a describir con rasgos galdosianos, las cloacas del periodismo mexicano, donde abundaban los burócratas aviadores y las mordidas son el verdadero sueldo de los redactores, motivo por el cual no hay un solo "periodista pobre", Victor Alba intenta excluirse de este mundo de favores y deberes mutuos. Excepto cuando un artículo suyo hizo enojar al procurador del Distrito Federal. Amenazado por el 33 -artículo constitucional que permite la expulsión automática de cualquier extranjero indeseable- el catalán recurrió al propio director del periódico para conseguir una entrevista con el presidente de México Miguel Alemán Valdés, quien le dio "un número privado de teléfono para que avisara si lo molestaban de nuevo".
En su ascendente carrera, el amigo Serge le legó su puesto de corresponsal de la revista New Leader de Nueva York, pequeña pero influyente revista de la intelectualidad anticomunista de la costa este que como bien señala el propio Alba, "le abrió muchas puertas" en esta comunidad de inteligencia y cultura que monitoreaba "las actividades soviéticas y comunistas en todas partes". Pero nuestro transterrado se sentía tan mexicano que en un arranque confesional, demuestra que para él las mordidas son cuestión de amistad. Su inclusión en el círculo rojo presidencial, o los profesionales de la información que en cada sexenio reciben favores y honores desde la residencia oficial de Los Pinos, queda demostrada por esta memorable frase que resume su proximidad con Miguel Alemán y su camarilla de nuevos ricos:
Que se consideraba mexicano en cierta medida se demostró cuando Alemán, poco antes de terminar su mandato, regaló a un grupo de periodistas -entre ellos, S- cien hectáreas de terreno a cada uno, cerca de Tampico. Pero no se ocuparon de hacer rendir la tierra y la perdieron, de acuerdo con la ley.
S es Sísifo, y Sísifo es Victor Alba. A confesión de parte, relevo de prueba, dice un refrán mexicano que seguro conoció bien. Para rematar la confesional, sus simpatías por el presidente Alemán era tan reales como los presentes que aceptó de las arcas presidenciales: "El país se recuperaba de la aplanadora de Cárdenas" y aunque "los amigos de Alemán se hicieron ricos", ellos si "invertían y crearon industrias", entre las cuales, y no es broma, "los vinos y el aceite". Cancelando derechos laborales, abriendo la explotación del petróleo a la iniciativa privada y repartiendo el mercado interior entre influyentes y coludidos, nació la constructora ICA, el productor de cables CONDUMEX, el pegamento RESISTOL o Telesistema Mexicano, más conocido como Televisa, de la cual su hijo, Miguel Alemán Velasco, fue accionista y presidente. Un caso de corrupción demasiado obvio, incluso para la la laxa moral de aquellos tiempos.
Pero las redes que tejió Victor Alba en México van más allá de los negocios periodísticos, ya que su merecida influencia en Excélsior le permitió armar el primer proyecto cultural que rompió "el monopolio" de los comunistas "en las artes y las letras". Se llamó Galerías Excelsior y convirtió la planta baja del periódico en una librería-cafe de "arte y conferencias", con vistas a la siempre elegante avenida Reforma. Los artistas que en poco tiempo iban a destronar a la aborrecible troika de los muralistas comunistoides -Siqueiros, Rivera y Orozco- tuvieron allí un primer espacio de culto donde la prédica del arte por el arte y el fin de las ideologías se concretó en el recambio pictórico: Rufino Tamayo, Leonora Carrington o Remedios Varo tuvieron allí primeriza difusión. No falto en el local ni el cáustico dandy de las derechas, Salvador Novo, ni el poeta Carlos Pellicer o el contemporáneo Xavier Villaurrutia. En sus coquetas mesas platicaban Carlos Fuentes, por entonces un chico de buena cuna, y el incipiente ideólogo del nuevo orden, Octavio Paz, por el cual Alba profesaba total reverencia. Cuando en 1957 dejó el país, "México ya no podía darnos más y nosotros no podíamos dar más a México".
México en los sesenta; un breve interludio
En su última y provisional estancia en México, a mediados de la década de 1960, Victor Alba se sintió mal. Enojado que la mayoría de sus amigos y todos sus conocidos -desde Carlos Fuentes a Ramon Xirau pasando por Paco Girau o Max Aub- hubieran caído en las seductoras garras del castrismo. Y extrañando la presencia de un idolatrado Octavio Paz, que se encontraba en Nueva Delhi al cargo de la embajada mexicana y no pudo poner orden en el disoluto rebaño. Aunque la futura mafia cultural que Victor Alba promocionó en Galerias Excelsior hubiera triunfado en su cruzada contra la cultura cardenista-comunista, el contagio guevarista de los hijos del desarrollo estabilizador enojaba a un hombre comprometido hasta los tuétanos en evitar el contagio de la revolución cubana por América Latina.
Octavio Paz, jefe de jefes
Su vuelta a tierra mexicanas, es parte de una encomienda para el mismo dueño. 8000 dólares mensuales, una cantidad "insignificante" según Alba, le permiten organizar una revista de agit-prop intelectual llamada Panoramas, succesora de la revista que se repartía entre los clientes de Galerías Excelsior. De nuevo, su socio fue Bartomeu Costa-Amic quien por cierto colaboró con el derrocado gobierno de Jacobo Arbenz en Guatemala, que según Victor Alba estaba "entregado a los comunistas". Aún así, sus pinitos idealistas son irrelevantes ante su trabajo principal: ejercer de coyote, o intermediario editorial, sacando dinero al gobierno del PRI y desvalijando a todo joven con vocación literaria. Como recuerda el escritor Rafael Ramírez Heredia,
Refugiado español desde los años cuarenta, Bartolomé Costa-Amic se vanagloriaba públicamente de su generosidad con los jóvenes, aunque en realidad mentía. Publicaba “con gusto” a los nuevos valores siempre y cuando ellos mismos pagaran la edición. Más que un editor era un simple impresor, de manera que publicar en Costa Amic repercutía en mala fama para los autores: significaba que ninguna editorial seria había aceptado sus obras.
Panoramas llegó a tirar en tres años "casi un millón de ejemplares" con un elenco intelectual que anunciaba tanto el discurso moderador de la transición española -Raúl Morodo, Elias Diáz o Julian Marías- como el triunfo de la generación de la ruptura que por aquel entonces marcaba tendencia en la capital, y su corte literaria, donde destacaba la joven novelista Elena Poniatowska.
Pero aquellos irrelevantes 8000 dólares, de dólar fuerte y peso no devaluado, tenían su sello habitual. El trotskista catalán era empleado de Sacha Volman, presidente del International Institute of Laboral Relations (IILR), una organización-espejo de la inteligencia norteamericana para infiltrar movimientos sociales y políticos en América Latina. El personaje que Alba prefiere no contar a sus lectores es ciertamente un fenómeno. Dejemos que nos lo diga Jean-Guy Allard:
Nacido en 1924 en Besarabia, Rumania, este hijo de terrateniente, ferozmente hostil a la presencia soviética en ese territorio al concluir la Secunda Guerra Mundial, se activa a favor de grupúsculos anticomunistas, y se hace luego reclutar como colaborador, primero por los británicos de la Royal Air Force, y luego por la inteligencia militar norteamericana.
De este individuo, se cuenta que era de estatura baja, de cabello y ojos negros, y que se comunicaba en ocho idiomas, a veces con un acento rumano tan fuerte que apenas era comprensible.
Después de una estancia en Estados Unidos, aparece en Costa Rica en los años 50 como directivo en el Instituto de Educación Política y el Instituto Internacional de Relaciones Laborales, dos organizaciones claramente identificadas luego con la CIA por ex agentes de la inteligencia norteamericana.
Allí conoce a Juan Bosch, exiliado por la dictadura de Trujillo. El líder político lo invita luego a sumarse a los estrategas de su partido y a radicarse en Republica Dominicana. Al tomar Bosch el poder, Volman es promulgado asesor del Presidente, a quien ofrece la supuesta ventaja de sus presuntos numerosos "contactos" en Estados Unidos.
El enigmático personaje se convierte en hombre de éxito de la "buena sociedad" dominicana, al casarse con la norteamericana Dominique Bludhorn, heredera del magnate estadounidense Richard Bludhorn.
Cuando interviene la invasión norteamericana del 15 de junio de 1965 — 44 000 soldados norteamericanos toman la isla para "evitar otra Cuba"— el agente Volman sigue pegado a Bosch y lo estará hasta su derrota definitiva en las siguientes elecciones de 1966.
En 1970, Volman, después de asesorar a otros importantes lideres dominicanos, se convierte, bajo instrucciones de la CIA, en Asesor Especial para las relaciones laborales de la filial dominicana de la complaciente firma canadiense Falconbridge, transnacional que busca proteger con sus modestos aportes a la inteligencia las minas de níquel que explota en Bonao, en el centro del país.
Sacha Volman y su tapadera de la IILR sufragaron la revista Perspectivas con fondos de la Kaplan Fund, según corrobora Sísifo y su tiempo, pero esta presunta sociedad de beneficiencia social nunca fue obra de "un socialista polaco enriquecido con las conservas". Se trataba más bien de un trust de fundaciones para vehicular dinero de la CIA y la central sindical de los demócratas, la AFL-CIO, en toda América Latina.
Nada que no fuera coherente con su postura personal. Aunque le molestara el epíteto de agente de la CIA, Victor Alba nunca se preocupó realmente de borrar las pistas porqué su cruzada estaba muy por encimas de estas nimiedades. Trabajar para el aparato intelectual de la CIA, conocida como Congreso por la Libertad de la Cultural, es algo que sin duda hizo a cara descubierta. Su pasión fue remunerada pero lo realmente interesante del tema, la punta del iceberg, es que el joven traductor de Orwell se integró en el ecosistema político mexicano por la puerta grande. Quiso ser un periodista independiente pero terminó aceptando el regalo que todo rey sexenal concede a su corte de lambiscones: el expolio de lo público.
Epílogo para tiempos desesperados
En su escasa pero concisa crónica mexicana, Pere Pagés alias Victor Alba muestra las redes de poder, complicidad y simpatía que una parte nada desdeñable del exilio español tuvo con el poder priista y sus sagas empresariales. Convertidos en parte integral de la clase dominante, montados sobre los pactos y las fobias de la guerra fría, gentes como Victor Alba terminaron santificando las cloacas del régimen y celebrando sus crímenes perfectos. Por la cruzada, por los cruzados, todo valió.
Julio Scherer y su equipo, saliendo para siempre de Excélsior
Basta leer una corta anotación sobre México que el veterano militante redactó en 1980 cuatro años después que el director de Excelsior Julio Scherer fuera destituido de su cargo como director general de Excélsior por órdenes del presidente Luís Echeverría:
Scherer fue eliminado de Excélsior por presiones bajo mano de la presidencia. Estaban hartos que siempre hiciera el juego a los rusos. La misma presidencia le subvenciona un semanario de denuncia para que revele escándalos de aquellos que molesten al presidente
Así pues, el nacimiento de Proceso en 1976 fue un montaje de la presidencia. Añadiendo calumnias baratas a la decapitación de Julio Scherer, Alba desnuda el mundo que ayudó a construir en nombre del anticomunismo y sus daños colaterales, tan inevitables como necesarios: corrupción, desigualdad, crimen, golpismo, fraude, guerra sucia y tutti quanti. La URSS fue vencida y hasta su nombre es tabú impronunciable pero curiosamente los profesionales del anticomunismo son también sombras y cenizas. Terminaron exorcizando el cardenismo pero aliados hasta el fin con la oligarquía priista, aquellos exiliados traicionaron el legado de la república española y la revolución mexicana. Y aunque hoy como ayer se vistan de víctimas, la historia dirá que los vencedores de la guerra fría dejaron tras de sí un mundo en ruinas. Descanse en paz Victor Alba.